Pese a que algunos como Patricio Hernandez insisten en negarlo, los hechos son los hechos: La televisión chilena está en crisis.
Una crisis que empezó en cuanto a contenidos más o menos en el 2006 (o sino, desde mucho antes o después), pero que monetariamente se vio reflejada a partir del 2014. El final de "Vuelve temprano", criticado por su mutilación, detonó una bomba que explotó y que primero perjudicó a TVN, luego a Canal 13, posteriormente a La Red y finalmente a Chilevisión.
No es casualidad entonces que en el intertanto y mientras la formula probada (aunque no aprobada transversalmente, ni mucho menos por nosotros) de Mega triunfaba en sintonía, la gente haya optado por simplemente alejarse de la pequeña pantalla gratuita para pagar mensualidades por mejores contenidos en Cable y Netflix.
Mientras otras industrias como México están reinventándose, buscando nuevas formas de construir audiencias e incluso acogiendo nuevos canales, en Chile se sigue ofreciendo pan con lo mismo.
Lo cierto es que la invasión de novelas turcas y el acaparamiento del mismo Mega ha perjudicado incluso a los mismos actores, quienes no tienen más remedio que dedicarse al teatro e incluso venderse al diablo farandulito como es el caso de Catalina Pulido. Recientemente, Mariana Loyola ha anunciado que no actuará más en telenovelas debido al escaso contenido de ellas.
Lo más terrible es que el avejentamiento de la audiencia de la televisión abierta ha hecho que derechamente se ignoren shows masivos de importantes artistas en nuestro país, como Fifth Harmony y Cher Lloyd, cuyos conciertos en Chile simplemente no existieron.
Para qué decir de la tozudez de los mismos ejecutivos, quienes muchos de ellos, con suerte saben que el aparatito se enciende con un control remoto e insisten en imponer como famosos a personajes horribles traidos desde España o Argentina, muchos de ellos quienes no encuentran ningún futuro en la pantalla chica a no ser de que tengan santos en la corte, como sucede con los ex participantes de las teleseries de Mega.
Los que tienen opciones están disfrutando de mejores cosas para entretenerse, o pagando cerca de 5 lucas para suscribirse a Netflix. Lo triste es que para los mismos profarándulas, hacer eso es considerado como "arribismo cultural" o "supremacía intelectual", lo que derechamente es tapar el sol con un dedo y no aceptar que la gente ya no quiere nada con ellos, cosa que es prácticamente irreversible.